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Hacía muchos años que Dios había dicho que el Salvador del mundo nacería en la ciudad de Belén.
José, el carpintero, vivía en la ciudad de Nazaret. Una noche Dios envió al ángel Gabriel para decirle que el bebé que esperaba María era el Hijo prometido de Dios y que debía casarse con María y cuidar de ella y del bebé.
El emperador Augusto quería aumentar los impuestos. Promulgó una nueva ley que establecía que cada persona debía ir a la ciudad de la que procedían sus antepasados para inscribir sus nombres en una lista, por lo que José el Carpintero debía ir a Belén.
"Mi antepasado David era de Belén", le dijo José a María, "así que debo ir allá para inscribir mi nombre en la lista de impuestos. Aunque tu bebé nacerá, pronto tendrás que venir conmigo, porque Dios quiere que te cuide".
Tardaron cerca de tres días para llegar a Belén y María iba a lomos del burro. Fue un viaje lleno de baches y María debió estar muy cansada y muy incómoda.
Había venido tanta gente a poner su nombre en la lista de Belén que no quedaba ningún lugar en el que pudieran alojarse María y José, excepto un apestoso establo en el que dormían los animales.
Aquella noche el niño Jesús, el Salvador prometido, nació en un establo de Belén. Una estrella muy brillante apareció en el cielo justo encima del lugar donde había nacido.
José y María llamaron al bebé Jesús, tal como les había indicado el ángel Gabriel. Lo envolvieron en una suave tela de lino y le hicieron una cama en un pesebre de heno.