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A menudo, los bebés son llevados al templo para sus padres dar gracias a Dios por ellos y le pidan que los cuide. Esto es lo que ocurrió cuando María y José llevaron a Jesús al templo cuando era un bebé muy pequeño.
Cuando el niño Jesús tenía ocho días de nacido, José y María lo llevaron al templo de Jerusalén para presentar Su vida a Dios, tal como está escrito en la ley que Dios le dio a Moisés.
En el templo de Jerusalén había un hombre de Dios llamado Simeón, que tenía 84 años de edad. El Espíritu de Dios le había prometido que estaría vivo para ver al Salvador que Dios enviaría al mundo.
Simeón oró y esperó durante muchos años y ya era un hombre muy viejo. Cuando Simeón vio al niño Jesús, el Espíritu Santo de Dios le dijo que este bebé era el prometido. Era el Salvador que había estado esperando ver.
Preguntó a José y a María si podía sostener al bebé. Entonces el corazón de Simeón se llenó de gozo y alabó y dio gracias a Dios porque sus oraciones habían sido escuchadas.
"Señor", -dijo- "ahora puedo morir en paz. Porque he visto al Salvador que has dado al mundo, tal como me prometiste que lo haría. Él es la Luz que brillará sobre las naciones, y será la gloria de tu pueblo Israel".
José y María se asombraron al oír estas cosas. Entonces Simeón le dijo a María: "A tu hijo le sucederán muchas cosas que te harán sentir muy triste, pero Dios conoce a los que creen en Él y le siguen".
Ana, una viuda muy anciana, también estaba en el templo. Les dijo a José y a María que el Espíritu de Dios le había mostrado que Jesús era también el Salvador prometido. María guardaba todas estas palabras de Dios en su corazón.